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miércoles, 5 de octubre de 2011

Vamos -y volvamos- a decir que NO

Tenía apenas nueve años, pero guardo claros recuerdos de ese 5 de octubre de 1988. Fue, por ejemplo, una de las pocas veces en que vi juntos a todos mis vecinos. Había alegría. Todos aportaron papeles para confeccionar guirnaldas y darle colorido a la celebración. Tantos como el arcoiris de la campaña que montó la Concertación.

También se alzaron copas. Había motivos para brindar. Por fin se aproximaba el regreso de la democracia, un concepto superior para un pendejo que recién se acercaba a su décimo año de existencia, pero que ya tenía algunas certezas respecto de qué es bueno y qué es malo. Y que percibía que vivir en dictadura era, al menos, 'feo' en esa categorización primaria que uno también comienza a asimilar desde temprana edad.

También recuerdo uno de los cánticos. "Qué lindo, qué lindo, qué lindo se va a ver, Pinocho en el Mapocho y el pueblo en el poder". Debo haberlo cantado. Mi paso por los estadios ya me había dado la capacidad para aprender rápidamente las canciones de la barra de Colo Colo y éste era más fácil de retener. Como "el que no salta es Pinochet", que lo escuché en la despedida de Elías Figueroa, cuando los incidentes obligaron a retirarnos tempranamente del Nacional, porque llovían piedras y tablones y el apaleo era grande.

Han pasado 23 años desde aquel mítico día y, claro, no todo fue tan lindo como aparecía. La alegría vino, pero hasta por ahí nomás. Si antes nos mandaban a través de la fuerza, después se dieron cuenta de que la mejor forma de manejarnos era a través del dinero. Al final, conservaron el poder. Sólo lo cambiaron de bolsillo. Y "Pinocho" nunca fue a dar al Mapocho: murió sin que la justicia chilena fuera capaz de castigarlo por los miles de crímenes que se cometieron en su régimen. ¡Si hasta tuvo que ir un juez español a hacerle la pega!

Aún así, la sensación de libertad se respiró durante mucho tiempo. También la del miedo y la de incertidumbre. Si hasta cuando le cambiábamos la letra a una canción de Pachuco en la clase de Educación Musical -'Mami, ¿qué será lo que quiere el negro?: ¡Que se muera Pinochet!- el profesor nos llamaba la atención en voz baja. El estaba de acuerdo, claro, pero sería el único que conocería la patrulla por dentro si llegaban los carabineros Y, quién sabe, quizás no lo hubiésemos vuelto a ver.

En rigor, veintitrés años después, seguimos siendo hijos de la dictadura. Y si la represión no nos tocó físicamente, sí lo hizo a nivel sicológico: hoy aún hay gente que calla lo que quiere decir. O lo dice bajito, para que no se escuche, porque le teme a las consecuencias. Partiendo por la pérdida de la pega.

Cada cierto tiempo, también, hay reminiscencias que vuelven a aparecer. Como el actuar de la policía en las manifestaciones públicas, las expresiones de ministros que juran que viven en décadas pretéritas o alcaldes -y, lo que es peor, civiles- que alucinan con ver a los militares desplegados en las calles. Es a ellos a quienes, hoy, hay que decirles "NO".

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