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jueves, 27 de octubre de 2011

Un gran portero

"Johnny Herrera 2014". Así puse ayer en mi estado de Facebook después de la gran actuación del portero de Universidad de Chile en el partido de revancha frente a Flamengo.

Alcancé a ver sus mejores atajadas en los resúmenes de los noticieros. Y reconozco que pasa por un gran momento futbolístico. También, que las condiciones siempre las tuvo. Pero planteo, sin rodeos, que es muy difícil que Claudio Borghi lo llame a la Selección Nacional, más allá de que, si hoy lo proclamaran candidato, sacaría más votos que cualquier político. En la Alianza por Chile deben estar haciéndole ojitos.

No hace falta profundizar. Como describí más arriba, las razones no son futbolísticas. Pero no hay que confundirse. No existe, de parte del seleccionador nacional, alguna animadversión en su contra: El enemigo de Johnny Herrera fue, es y será el propio Johnny Herrera.

Ni siquiera es necesario meter al baile sus problemas privados. Cuando uno de mis contactos de Facebook se refirió al accidente automovilístico que protagonizó el guardameta y que costó una vida, lo primero que hice fue borrar la frase completa, Simplemente, porque la alusión no correspondía. Sería hacer leña de un árbol al menos tambaleante.

Cuando hablo del "Johnny enemigo de Johnny" me refiero al futbolista, al capitán, al líder. Al "cabrón", como se dice en todos los camarines y fuera de ellos. No sé si será posible tenerlo sentado en la banca esperando su oportunidad, como a Miguel Pinto. Con "Superman" Vargas -símbolo azul- costó un mundo. Claudio Bravo seguirá siendo indiscutido a menos que se coma un par de goles absurdos. La razón es clara: compite, semana a semana, con los mejores del mundo. En ese escenario, Johnny sería una molestosa pulga en la oreja.

Déjenme contarles que, fuera del campo de juego, Herrera es un tipo bastante más simpático y amable que dentro de la cancha. Que contesta todo y que es sumamente respetuoso. Pero, como sucede en la mayoría de las personas públicas, lo sobrepasa el personaje. Un periodista lo describió como "cuñero". Es decir, un tipo capaz de soltar frases que se agradecen en cualquier redacción pues podrían transformarse fácilmente en el titular del díario del día siguiente.

Hace pocas semanas, dio un ejemplo más que claro de lo que planteo. Apenas se enteró del fichaje de Paulo Garcés en el equipo azul, estalló en cólera, buscó los micrófonos y 'vetó' públicamente la llegada de quien -finalmente- será su nuevo compañero. Una atribución que, por más referente que sea, no está dentro de las que le competen. Incluso, afirmó que estaba dispuesto a dejar su club si el ex cruzado atravesaba la puerta del CDA de La Cisterna. Todo indica que tendrá que tragarse sus palabras, vestirse y calentar las manos junto al ex arquero de la UC.

Su arranque verbal no es el primero. Antes desafío a medio plantel de Colo Colo y prometió que triunfaría en Brasil. Volvió con la cola entre las piernas de su triste paso por Corinthians.Nunca más tuvo la posibilidad de salir.

Y el último que recuerdo fue cuando se refirió como "el Guatón Parrillero" a Borghi y sostuvo que "ése llama a los puros colocolinos". No está en discusión el apodo. Tampoco la certeza de la afirmación. Simplemente, no corresponde a un futbolista que pretende ganarse un puesto en la Roja tratar de esa forma a quien sería, potencialmente, el encargado de convocarlo. Aunque no lo parezca, es una falta de respeto. El "Bichi" será buena onda, pero tampoco las aguanta todas.

Lo que sí está claro es que Johnny Herrera es un gran portero. Un experto en clausurar puertas. La de Juan Pinto Durán se la cerró solito.


domingo, 16 de octubre de 2011

Un país llamado San Carlos de Apoquindo

Una postal de San Carlos de Apoquindo, el estadio al que entran unos pocos.
La respuesta de uno de los barristas de Colo Colo a un carabinero de Fuerzas Especiales me pareció tan genuina, pero a la vez tan notable, que resume uno de los actos de discriminación más graves e impresentables que haya visto en mis treinta y dos años de vida.

La escena es ésta: el funcionario policial impide su libre tránsito rumbo al estadio San Carlos de Apoquindo -derecho consagrado, por lo demás, en la Constitución y que ya fue profusamente violado durante las protestas estudiantiles- y el hombre de verde lo retiene. "No puede seguir", impone, desde su discutible y primitiva autoridad, basada en la ventaja que le proporciona su disfraz de robocop y un bastón retráctil en la mano.

La respuesta del seguidor albo es temerosa, pero intenta ser firme. "¿Por qué? ¿Es otro país allá?", contraataca el fanático, básico conocedor de sus derechos más elementales. El diálogo terminó abruptamente. El anónimo hincha ni se debe haber enterado de la goleada que sufrió el equipo de Ivo Basay. El bus que tomó no terminaba su recorrido en Camino Las Flores y dudo que en el retén en que le brindaron alojamiento dispusiera de un televisor con la señal del CDF Premium. Hoy, no había espacio para gentilezas.

Para los seguidors del equipo de la franja -quienes sí pudieron verlo en calma- debe ser lamentable que la victoria más esperada, merecida y abultada que ha conseguido este año pase al olvido y que quede en la historia como "El partido de la discriminación". Todo por culpa de la actuación de sus dirigentes -uno de ellos un reputado socialista- y, peor aún, de las instituciones que están designadas para velar por los derechos de TODOS los chilenos. En el saco incluyo desde el gobierno hasta los tribunales, pasando, cómo no, por nuestra cada vez más brillante y sorprendente policía uniformada.

Hoy hemos asistido a la fundación de la República de San Carlos de Apoquindo, cuyas fronteras son infranqueables y se protegen a punta de palos, gases lacrimógenos y agua putrefacta financiados con los impuestos que pagamos los contribyentes del país vecino. Un espacio vedado para quienes no cumplimos con el perfil que se requiere para integrar su selecto grupo de "compatriotas": ser rubio, de ojos azules, vivir en una mansión y ganar millones de pesos chilenos mensuales. Allí donde se hizo indeseable la presencia de los que somos mestizos, medimos apenas sobre el metro setenta de estatura y ganamos en lucas. Y, para peor, pocas. Gary Medel, por ejemplo, era aclamado dentro del estadio, pero su familia era abiertamente rechazada en el vecindario contiguo, donde el aspiracional ex jugador de la UC arrendaba un palacio y jamás se atrasó en el pago del arriendo: Nunca le perdonaron su origen humilde. Y a sus cercanos les hicieron la vida imposible.

No me vengan con el cuento de que los hinchas de Colo Colo son violentos. Los hay, pero la generalización es inaceptable. También existen en otros clubes. Lo que cambia es la proporción.

Justificar la clasista segregación que dispuso Universidad Católica al cerrarles la puerta de su recinto, desde esa perspectiva, es otro error. De hecho, la medida también afectó a quienes van al estadio con los sanos propósitos de ver fútbol, gritar por su equipo, festejar la victoria y amargarse por la derrota. Un dato: las peores puteadas a jugadores propios las escuché ahí, donde suponía que vivía la gente más fina de este país. Daba para sonrojarse. ¿Eso también es violencia, no?.




domingo, 9 de octubre de 2011

Bielsa, el tiempo te dio la razón

Recuerdo con alguna nitidez la conclusión de Marcelo Bielsa cuando deslizó que dejaría la banca de la Selección si Harold Mayne-Nicholls no ganaba la elección de la ANFP. "No puedo ni voy a trabajar con el señor Segovia. Es imposible que lo haga", dijo el "Loco" en esa conferencia de prensa, mítica a estas alturas.

Había en las palabras del rosarino un desprecio que no apuntaba a la figura del empresario educacional de origen español. Su postura tenía que ver con su profunda discrepancia con el criterio con que se iba a manejar el fútbol chileno en adelante, cuando estuviera en manos de los empresarios que gobiernan en la mayoría de los clubes. Que corre el riesgo de transformarse en descriterio, de acuerdo a las circunstancias, y sobre todo cuando pierden el sentido común y les aflora el patrón de fundo que llevan en el ADN.

Pero, con todo, Bielsa se fue porque quiso. Nadie lo echó. Incluso, un país entero le rogó que se quedara. Se llevó una bandera gigante como recuerdo y el cariño de millones de chilenos. Algunos, todavía lloran su partida. Yo digo que si las viudas de Bielsa cobraran montepío, el sistema previsional chileno habría quebrado hace un par de meses. Y no tiene sentido: el "Loco" se fue y no volverá. Ni aunque se lo pidan de rodillas.

Los capos de la ANFP no tardaron en mostrar la hilacha. Pocos días después de la caída frente a Argentina -previsible de acuerdo a los antecedentes históricos- y apenas horas antes del encuentro frente a Perú -una victoria obligada bajo el mismo criterio- el presidente del fútbol chileno, Sergio Jadue -de la misma estirpe de Segovia, por cierto- sostuvo una reunión con el técnico de Universidad de Chile, Jorge Sampaoli. Una falta absoluta de tino. En esa consideración, nada tienen que ver los méritos del trasandino. Que los tiene, más allá de que me parezcan insuficientes para asumir la banca de la Roja. Y ojo: en Sampaoli no se fijan por su currículo, sino exclusivamente por su parecido táctico -¿y metódico?- con Bielsa.

La versión oficial es que uno es socio del estadio Palestino y el otro practica tenis en ese lugar. ¡Qué casualidad! Al rato, un periodista afirmó vía Twitter que los vio juntos en el Tavelli, un conocido café capitalino (¿También coinciden en el gusto por los cortados de ese local?). Y para rematar el día, otro trascendido sostiene que Claudio Borghi puso su cargo a disposición y que se irá tras el duelo frente a del Rimac.

No se trata, por cierto, de defender al 'Bichi'. Su gestión debe ser evaluada y, si no cumple con las expectativas, habría que adoptar las medidas de rigor. Pero ¿aserrucharle el piso a vista y paciencia de todo el país, a horas del segundo partido de las Clasificatorias rumbo a Brasil 2014? Es una falta de respeto. Al trasandino no le dejaron más opción que renunciar. Y a Bielsa, que debe estar tranquilito en Bilbao enterándose de este papelón, el tiempo le dio la razón.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Vamos -y volvamos- a decir que NO

Tenía apenas nueve años, pero guardo claros recuerdos de ese 5 de octubre de 1988. Fue, por ejemplo, una de las pocas veces en que vi juntos a todos mis vecinos. Había alegría. Todos aportaron papeles para confeccionar guirnaldas y darle colorido a la celebración. Tantos como el arcoiris de la campaña que montó la Concertación.

También se alzaron copas. Había motivos para brindar. Por fin se aproximaba el regreso de la democracia, un concepto superior para un pendejo que recién se acercaba a su décimo año de existencia, pero que ya tenía algunas certezas respecto de qué es bueno y qué es malo. Y que percibía que vivir en dictadura era, al menos, 'feo' en esa categorización primaria que uno también comienza a asimilar desde temprana edad.

También recuerdo uno de los cánticos. "Qué lindo, qué lindo, qué lindo se va a ver, Pinocho en el Mapocho y el pueblo en el poder". Debo haberlo cantado. Mi paso por los estadios ya me había dado la capacidad para aprender rápidamente las canciones de la barra de Colo Colo y éste era más fácil de retener. Como "el que no salta es Pinochet", que lo escuché en la despedida de Elías Figueroa, cuando los incidentes obligaron a retirarnos tempranamente del Nacional, porque llovían piedras y tablones y el apaleo era grande.

Han pasado 23 años desde aquel mítico día y, claro, no todo fue tan lindo como aparecía. La alegría vino, pero hasta por ahí nomás. Si antes nos mandaban a través de la fuerza, después se dieron cuenta de que la mejor forma de manejarnos era a través del dinero. Al final, conservaron el poder. Sólo lo cambiaron de bolsillo. Y "Pinocho" nunca fue a dar al Mapocho: murió sin que la justicia chilena fuera capaz de castigarlo por los miles de crímenes que se cometieron en su régimen. ¡Si hasta tuvo que ir un juez español a hacerle la pega!

Aún así, la sensación de libertad se respiró durante mucho tiempo. También la del miedo y la de incertidumbre. Si hasta cuando le cambiábamos la letra a una canción de Pachuco en la clase de Educación Musical -'Mami, ¿qué será lo que quiere el negro?: ¡Que se muera Pinochet!- el profesor nos llamaba la atención en voz baja. El estaba de acuerdo, claro, pero sería el único que conocería la patrulla por dentro si llegaban los carabineros Y, quién sabe, quizás no lo hubiésemos vuelto a ver.

En rigor, veintitrés años después, seguimos siendo hijos de la dictadura. Y si la represión no nos tocó físicamente, sí lo hizo a nivel sicológico: hoy aún hay gente que calla lo que quiere decir. O lo dice bajito, para que no se escuche, porque le teme a las consecuencias. Partiendo por la pérdida de la pega.

Cada cierto tiempo, también, hay reminiscencias que vuelven a aparecer. Como el actuar de la policía en las manifestaciones públicas, las expresiones de ministros que juran que viven en décadas pretéritas o alcaldes -y, lo que es peor, civiles- que alucinan con ver a los militares desplegados en las calles. Es a ellos a quienes, hoy, hay que decirles "NO".