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sábado, 31 de marzo de 2012

El guatón del bombo

Antes de que en las barras chilenas comenzaran a pulular los “Pancho Malo”, los “Anarkía”,  los “Kramer” y tantos otros que operan desde la impunidad del seudónimo, quien la llevaba en todas las hinchadas nacionales era el denominado “Guatón del Bombo”. Por alguna extraña coincidencia, todos los solistas en el instrumento más preciado por cualquier afición cumplían con el mismo biotipo: complexión gruesa y brazos que se desarrollaban por el permanente ejercicio. Al fin y al cabo, para pegarle al tambor durante 90 minutos se necesita “ñeque”. Harto “ñeque”.

Hoy, el “Guatón del Bombo” está a un paso de convertirse en una especie en extinción. El plan “Estadio Seguro”, complemento redundante de una inútil Ley sobre Violencia en los Estadios, pone al elemento de percusión que lo caracterizó en el mismo plano de responsabilidad por la generación de desmanes que quienes se ven involucrados en ellos. Peor aún: al bombo le cerrarán las puertas para siempre. El delincuente del fútbol, cumplida una eventual condena, tendrá una nueva posibilidad para entrar a los recintos deportivos. A recaer en sus ilícitos.

Hay que establecer una salvedad. El “delincuente del fútbol” no tiene nada que ver con el barrista. El primero ocupa el fútbol como excusa para delinquir, de la misma forma en que podría hacerlo en las calles, en la locomoción colectiva, en un banco o en un supermercado. El segundo ve en ese deporte una oportunidad para expresarse: canta, salta, grita y, a veces insulta. Pero, terminado el partido, vuelve a casa sin haber lanzado una piedra o quebrado un vidrio. El verdadero barrista condena la violencia. El “delincuente del fútbol” la utiliza como método para detentar poder, sacar ventaja e, incluso, obtener jugosas ganancias mensuales. Ponerlos en la misma condición supone un facilismo terrible.

El “delincuente del fútbol” fue hábil. Sin ser parte de ella, encontró en la barra –“brava”, por añadidura importada desde el otro lado de la cordillera- un terreno forestado para camuflarse. Pero, aunque la caracterización sea casi perfecta, existen innumerables señales que permiten diferenciarlo. Las autoridades de gobierno, Carabineros y los propios clubes las conocen de sobra. El problema fue que nunca se atrevieron. Y, peor aún, que negociaron con ellos.

Hoy, aunque parezca un contrasentido, tampoco se atreven. El plan Estadio Seguro, restrictivo y pirotécnico como todas las iniciativas de la administración de Sebastián Piñera, limitará a los “barristas” al punto de amenazar con quitarle el condimento a la fiesta del fútbol.

Hace unos días escuché al inmaculado Harold Mayne-Nicholls decir en una charla que “el bombo no aporta”. Y, aunque desde las perspectivas sicológica y sociológica es un planteamiento discutible, la respuesta provino desde los vestuarios. “El bombo y la bandera no pueden faltar. Debe haber otro tipo de controles”, declaró Jorge Sampaoli.

Entonces, rayemos la cancha: permitamos dos o tres bombos por hinchada, cuyo ingreso sea revisado exhaustivamente por la policía, para descartar la internación de arsenales. Cambiemos los fuegos artifícales por papel picado, porque los rollos también pueden transformarse en proyectiles. Y permitamos UN lienzo, el oficial, por cada barra. Así, de paso, terminamos con la moda de los hinchas de su “piño”.

Pero no dejemos sin pega al “Guatón del Bombo”, el más inocente de todos. Quienes se tienen que ir son los delincuentes. Aunque siempre encuentran la forma para entrar. ¿O se les olvidó que éste era el gobierno que iba a trabarles todas las puertas?

martes, 13 de marzo de 2012

Hoy hablé con el fútbol

Hoy hablé con el fútbol. Hacía tiempo que no nos saludábamos. Desde diciembre, más o menos, la última vez que nos cruzamos. Ese encuentro terminó mal. Días antes, me había jugado una mala pasada y me dejó el tobillo derecho a la miseria. Lo maldije, sobre todo por desconsiderado. El partido era a beneficio. Y el único que pagó fui yo.

Despechado, se vengó y descubrió lo peor de mí: ese tipo gruñón, reclamón y deslenguado que desafía a la autoridad sin medir las consecuencias de su arrojo. Las que me deparaba estaban en el reglamento y yo las conocía: tarjeta roja, mi equipo con un jugador menos, sin arquero y eliminado del torneo que jugaba. Igual caí.

Dentro de la cancha, para mí, los árbitros son como los carabineros. Se hacen entender a pitazos y castigos. Y los protege la ley. Pero a mis compañeros no les causó gracia mi interpretación.  Me miraban con desprecio y las disculpas no bastaron. Gentiles, no me contestaron.

Al fútbol, pensé en no volver a dirigirle la palabra. Más todavía si, horas después, ni caminar podía. El hielo que pretendía usar para bajarle la temperatura a la Coca Cola con que buscaría pasar la amargura lo consumió la inflamación que simulaba una empanada al costado de mi pie. El dolor se sumó a la rabia. Otro motivo para odiarlo.

Nuestra relación, que nunca fue tan fluida, sufrió un duro quiebre. “No juego más”, recuerdo que le dije. Agregué un par de epítetos culpando de nuestra separación a quien había cometido la injusticia de la que no pude defenderme. Otros apuntaron al organizador del torneo, que siempre supe que no debía jugar. Sabio, el fútbol no me respondió. Me dejó hablando solo. Y se fue.

La indiferencia duró un par de semanas. Un mes y algo. En las vacaciones nos hicimos un par de guiños. Tenues, delicados. El relajo, la familia, el pasto y el aire sureño intentaron acercarnos. La pelota me buscó, trató de reconquistarme, pero no fui capaz de devolverle la delicadeza. Es más, la traté con rudeza. Había en ello un poco de impotencia y otro tanto de incapacidad.

Quedamos en volver a juntarnos. No sugerimos fechas. No era momento de añadir presiones. Si se daba, el reencuentro debía ser casual. El adiós fue tibio. Nos conocíamos de años, pero las confianzas aún estaban resentidas. No hubo apretón de manos. Apenas un movimiento con la cabeza, con cierto desgano.

Desde eso, pasaron más de tres semanas. Ni cuenta me di. Tampoco estaba preocupado. Me entretuve en cosas más importantes. Como el regreso al trabajo, pues había que recuperar el tiempo y, sobre todo, la plata perdida. Gastada, gozada, disfrutada, pero perdida a fin y al cabo. O la vuelta al estadio, por obligación. Porque si tuviera que contar al fútbol que veo por televisión, la relación se habría ido directamente al carajo y sin posibilidad de reconciliación. Mi equipo no le gana a nadie y, por culpa de la figurita de moda, algunos atrevidos se atreven a discutirle el reinado a mi ídolo. El único indiscutible.

Anoche me dieron ganas de volver a hablarle. No sé por qué. Tampoco estaba tan seguro. De hecho, me apuré, para evitar que se me pasara el impulso. “¿Nos juntamos?”, le debo haber preguntado, balbuceante. Me miró. Y guardó silencio. Lo entendí como un “sí”. Porque quise. Saqué mi equipo, armé mi bolso y dormí.

jueves, 8 de marzo de 2012

Pensión de viudez

De entrada, me declaro admirador de Marcelo Bielsa. Quien vive el fútbol con la intensidad que yo, no podría ubicarse en una trinchera distinta. Porque, en el fondo, nos parecemos. Ambos le dedicamos, desde la diferencia de nuestras funciones, buena parte de nuestras vidas al deporte más popular en el mundo. Y perseguimos el mismo objetivo: que el fútbol crezca hasta el límite de sus posibilidades.

Pero hay distancia entre eso y considerarme "viuda" del rosarino. Que reconozca que, desde su paso por el fútbol chileno, el juego de nuestra Selección evolucionó y que la seriedad de su trabajo obligó a la adaptación de nuestros jugadores a su rígido sistema, no significó que, tras su partida, tuviera que salir a la calle vestido de luto. Ni que creyera en la muerte instantánea de la actividad que más me apasiona.

Hay que establecer, en principio, que Marcelo Bielsa se fue sin que lo echaran. Puedo compartir, incluso, los principios que motivaron su alejamiento. Desde la lealtad a quien lo trajo -Harold Mayne-Nicholls- hasta la diferencia ética, profesional y hasta política con quienes, eventualmente, pudieron ser sus patrones. Pero, así y todo, el "Loco" se fue porque quiso. En último caso, porque ya no se sentía cómodo, quería cambiar de aires y es tan bueno en su trabajo que hasta pudo elegir su nueva pega entre un abanico de posibilidades, cada una más onerosa que la otra. Un sueño para cualquiera de nosotros.

Desde el día en que partió, Bielsa pasó a ser, para mí, el "ex entrenador de la Selección chilena" y, días después, "el técnico del Athletic de Bilbao". Como amante del buen fútbol, veo los partidos del equipo vasco cada vez que puedo y hay algunos, como el de hoy ante el Manchester United, que dan material para una clase. Pero los triunfos del trasandino ya me resultan ajenos. No se me ocurriría ir a pararme a la Plaza Italia con una bandera albirroja. De seguro, estaría haciendo el "loco".

De la misma forma, llego a entender la molestia de Claudio Borghi. Porque, tras cada éxito de Bielsa, todos lo apuntan casi como si fuera el causante de su salida de Juan Pinto Durán. Y los responsables son otros y, hoy, están en La Moneda: Sebastián Piñera y Gabriel Ruiz-Tagle. Ellos -y algunos otros- fueron quienes, en 2009, iniciaron la conspiración para remover a Mayne-Nicholls de la testera de la ANFP. Y, por consiguiente, provocaron la partida del "Cabezón".

Después, las comparaciones de estilo son improcedentes. Incluso las relativas a la conducción grupal. Hay jefes que sacan mejor rendimiento desde el diálogo, la relación fraterna y la confianza mutua. Traspasar el límite de lo tolerable es, siempre, un exceso del subordinado. Y lo expone a sanciones. No olviden que Borghi dictó las suyas. Y contra cinco de sus "regalones".

En el fútbol, cada maestro tiene su libro y, a la luz de los resultados, el modelo del "Bichi" también ha resultado exitoso. Con Colo Colo ganó casi todo y dirigió a un equipo que jugaba a gran nivel. Y, en las Clasificatorias a Brasil 2014 suma seis puntos, dos más que su antecesor a esta misma altura de la competencia. Un dato "duro" y difícil de asimilar para quienes hoy hacen fila en las cajas del INP para cobrar su pensión de "viudez".

martes, 6 de marzo de 2012

Dividir es debilitar

Cuánto extraño a Jorge González y a Los Prisioneros. En estos tiempos en que hay tanto para decir y muchos motivos para alzar la voz y protestar, que falta nos hace un vocero que, desde la música, aúne nuestras voces y las convierta en clamor popular. La opción del sanmiguelino es la mía. Cada uno puede elegir la que mejor lo represente. Manuel García y Los Bunkers nos refrescaron el alma en el último festival de Viña del Mar, por ejemplo.

A propósito de representatividad, en la Concertación ya dieron la partida a la carrera presidencial. Una competencia extemporánea, considerando que están más cerca las elecciones municipales, quizás el primer parámetro para determinar en qué pie está la debilitada oposición. Al menos la formal, porque la que integramos los millones que no estamos inscritos en ningún partido y que, gracias a sus brillantes actuaciones, estamos cada vez más lejos de interesarnos en alguno de ellos, es cada vez más numerosa. Basta revisar el exiguo porcentaje de aprobación al "gobierno de excelencia" de Sebastián Piñera.

Leo con cierta sorpresa que los democratacristianos Claudio Orrego y Ximena Rincón levantaron sus candidaturas y se suman a un escenario en que ya se había instalado el ex ministro de Hacienda, Andrés Velasco. Si se suma a Marco Enríquez-Ominami, quien seguramente mantendrá su aspiración de llegar a La Moneda, y al radical José Antonio Gómez -quien quedó legitimamente con la 'bala pasada' tras la primaria 'a la medida' que perdió frente a Eduardo Frei- se observa un escenario dividido y hasta atomizado, considerando el mínimo respaldo ciudadano que hoy ostenta la colectividad del arcoiris.

Al advertirlo, vuelvo a evocar a González, Narea y Tapia. En "Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos" planteaban una teoría simple, pero certera: "Dividir es debilitar". Y en los tiempos que corren, con la Alianza aprovechando el viento y los millones de los programas de gobierno a favor, Longueira pensando en fichar a Bombo Fica y su "Master Plop" para promover el Sernac Financiero y Golborne cortando cintas como malo de la cabeza, lo que menos conviene es repartir o, peor, pelearse la torta.

Algunos dirán que es un sano ejercicio democrático someterse a la voluntad popular. Puede ser. Pero cuando a priori se observa que varias de las postulaciones carecen de sustentabilidad, es más sano cuadrarse detrás de la que sí la ofrece. Y, hoy, la única que puede pelearle la banda presidencial al candidato que la derecha le ponga enfrente se llama Michelle Bachelet Jeria. El resto, puede seguir participando. Y ponerse a trabajar.