Una vez más, el enfoque es equivocado. Antes de abordar cuál debe ser el punto de partida para una remuneración que satisfaga las necesidades mínimas no sólo del trabajador, sino de su núcleo familiar, lo inicial es transparentar otro tema tanto o más importante. Y que, incluso, no puede desligarse del anterior.
En Chile, el país de los eufemismos, existe una injusticia laboral aún más inescrupulosa: la manoseada relación a honorarios. Una mentira del porte de una catedral, que ocupan en todos lados. Desde el aparato público hasta la empresa privada. Incluso algunas que pontifican con manuales de la moral y las buenas costumbres en materia laboral.
¿Por qué es esencial esa discusión? Por una cuestión de sentido común. Porque el contrato de trabajo debiera constituir el único vínculo válido entre un empleado y su empleador, sobre todo ante la existencia de dependencia demostrable. De esa forma se garantizaría el pleno respeto a derechos fundamentales como cotizaciones previsionales y de salud, vacaciones, feriados, bonos y otros tantos que se excluyen en los famosos "convenios de prestación de servicios", que ni siquiera se rigen por el Código del Trabajo.
¿Qué podría pasar, en la práctica, ante el aumento del salario mínimo sin esa modificación de fondo?. Es simple: las empresas optarán por recortar su planta y pasarla a "honorarios". Y no para evitar el pago de la cifra que está en discusión, sino para ahorrarse el 20 por ciento adicional, considerando el 7 por ciento obligatorio de salud y el 13 por ciento que va a engordar el chanchito de las AFPs. Otra obligación que, en una nueva "genialidad", el Servicio de Impuestos Internos le traspasó al trabajador, el único que nunca gana. Que se respete la legislación laboral es lo "mínimo" que se puede exigir. Después nos preocupamos del resto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario