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miércoles, 29 de junio de 2011

Bajar las revoluciones

De a poco, este gobierno comienza a mostrar la hilacha. Así, sin anestesia, hoy intenta imponer autoridad no desde la lógica de quien se legitima, sino de quien tira la caballería encima para aplastar al que supone más débil. No es casualidad. En veinte años no se les iba a olvidar la formación que adquirieron en los anteriores diecisiete.

Eso explica que, lejos de preocuparse por darle una salida de fondo al conflicto que reactivó el movimiento estudiantil, el ministro Joaquín Lavín haya optado por la solución más "escolar" y básica que se le vino a la cabeza: mandar a los cabros de vacaciones, para que cambien las marchas por el PlayStation, las tomas por las tomateras y, en definitiva, dejen de hinchar. Menos mal que no se le ocurrió reabrirles sus famosas playas para que se relajaran. Ahí, el pastel habría tenido hasta vela.

A la vuelta, seguramente, les van a citar el apoderado o los van a obligar a escribir diez mil veces la frase "no debo protestar". O los dejarán condicionales, como quieren hacerlo con todos quienes alzamos la voz a través de las redes sociales. No descarten, tampoco, las orejas de burro para los revoltosos.

No es raro. Hace rato que quedó claro que a la administración Piñera le importa más la forma que el fondo. La chaquetita roja es, quizás, el mejor ejemplo. Los pone en la categoría de superhéroes que, desde la diferencia, solucionarán todos nuestros problemas. La salvedad es que, hasta aquí, ni siquiera son capaces de arreglar los suyos. No mandan ni entre ellos y en las encuestas hace rato que están debiendo puntos, igual que los espinilludos que, cada año, dan la hora en la PSU. Y que, por esa y otras tantas razones, hoy patalean por una educación mejor.

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