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martes, 8 de mayo de 2012

Una por otra

No voy a discutir si el plan Estadio Seguro es legal o no, porque tengo la convicción de que no lo es. Principalmente, porque sobrepasa las atribuciones establecidas en la ley sobre Violencia en los Estadios aún vigente. A esa conclusión llegué después de leerla un par de veces, de consultar con abogados y de escuchar autoridades cuyo único argumento para justificarlo es esa condición: "Somos la autoridad".

En ese escenario, entonces, el diálogo es y será de sordos. Y si entre medio está la institución encargada de velar por la seguridad pública, a veces a riesgo del descriterio que implica golpear a a niños y familias para resguardar el cumplimiento de la instrucción, posibilidad alguna de llegar a acuerdos no existirá.

En el entendido, entonces, de que la pelea está perdida -más allá de algún intento quijotesco por restablecer garantías constitucionales a través de recursos de protección- y de que la medida proviene del ámbito político, propongo negarles el uso de nuestros muros en época de campaña electoral.

Al fin y al cabo, también es válido sentirse violentado cada vez que, en instancias previas a elecciones de cargos populares, las murallas de nuestros hogares, hermoseadas con el mayor esfuerzo, aparecen pintadas con promesas de candidatos que rara vez se transforman en realidad. La desfachatez, incluso, les alcanza para añadir a las falsedades que proponen la palabra "AUTORIZADO". También para negar la autoría del rayado, cuando es evidente. Y, lo peor, para borrarlas jamás, sino sólo renovarlas previo al comicio siguiente por nuevas mentiras.

Si en el estadio se acabó la fiesta, en las paredes también. ¡Ah! Y, de picado, pinte la suya con algún mural alusivo a su equipo favorito. El que sea. Está en su derecho. Es una por otra.

jueves, 3 de mayo de 2012

¿Qué dirías, David?

¿Qué diría, don David?. ¡Bah!, ¿para qué te digo “don” si crecí escuchando tu nombre y me resulta tan familiar que pareciera que fuéramos amigos?. A 87 años de tu máxima obra y a ochenta y cinco desde que dejaste la vida en la cancha, ¿qué dirías de lo que hoy ves?. ¿En qué se parece a lo que fundaste? ¿Es éste el Colo Colo que alguna vez imaginaste?

No me respondas. Nunca nos vimos, pero te conozco bastante como para imaginar tu respuesta. Ese Colo Colo que nació de un acto de rebeldía que comenzó a fraguarse en el Quitapenas y se consolidó en el estadio El Llano, nada tiene que ver con el actual. Aquel era un grupo de amigos que compartían un ideal, que se alzaron por tener clara su jornada de trabajo y porque les mejoraran las condiciones para desarrollarlo. Una lucha que compartimos a diario y que, incluso, me inspira. Ni tú ni ellos imaginaron el fenómeno que iba a llegar a ser. Y menos en lo que, 87 años después, lo terminarían convirtiendo: una máquina de producir dinero. A cualquier costo.

¿Qué dirías, David, si supieras que, hoy, a tu Colo Colo -que después fue nuestro y ahora nos pertenece cada vez menos- lo tiene secuestrado una empresa que lleva por apellido Sociedad Anónima? ¿Sabrás que lo que creaste alguna vez quebró por administraciones nefastas y que, hoy, está más cerca de desaparecer? ¿Te enteraste de que al estadio, cuya cancha lleva tu nombre -que quién sabe por qué no se lo han borrado- alguna vez quisieron ponerle como denominación una marca comercial? ¿Te dijeron que, hoy,  interesa más sumar abonados que socios?. Fidelización le llaman.

Mejor ni te cuento, David, de todo lo que han hecho y siguen haciendo en nombre de nuestro Colo Colo. Del tuyo y del mío. De la cantidad de dinero que mueven, de los negociados que montan. De los jugadores que contratan y de los pocos que resultan. De los arreglos entre dirigentes y empresarios en época de fichajes. De los miles de dólares que se han ido en indeminizaciones para entrenadores que dejaron rabias y nada más. De los títulos que cada vez son menos y más alejados. De las derrotas que, seguramente, también te avergüenzan. De que los mejores proyectos de nuestras divisiones inferiores terminan jugando en el archirrival.Y de que los gerenciadores de nuestros sueños son amigos de los que administran los de aquellos.

Desde donde estés, ilumínanos, David. Dinos cómo recuperar lo que fue tuyo, lo que luego fue nuestro y lo que nunca le pertenecerá a los empresarios que hoy lo controlan con el único objetivo de seguir llenándose los bolsillos. El sentimiento no tiene precio. Y si lo tiene, estamos dispuestos a pagarlo.

 Y si empezamos de nuevo, como aquel mítico 19 de abril de 1925, ¿qué dirías, David?.